Actualmente estamos inmersos en un cambio de paradigma competitivo. Atrás quedó aquel modelo en el que la competitividad era el fin último del desarrollo territorial, y los indicadores económicos (principalmente el PIB) eran utilizados como reflejo del progreso social. Stiglitz (2013) puso de manifiesto las limitaciones de este sistema, y reivindicó la necesidad de incluir otro tipo de mediciones que reflejaran el bienestar real de una sociedad. Esa preocupación se ha extendido y en los últimos años han surgido diferentes iniciativas (Agenda “Beyond GDP”, Informe de Competitividad del País Vasco 2017, Objetivos de Desarrollo Sostenible – ON
Qué difícil debe de ser definir la misión de la empresa en un tiempo como el actual en el que la complejidad, que no la confusión, es una de las características clave de la sociedad globalizada, o, mejor dicho, de la sociedad del conocimiento. En los últimos 50 años, por poner una etapa personalmente vivida y conocida, se han escrito definiciones de la misión de empresa, excesivamente limitadas y por supuesto no pensadas. Todos hemos conocido frases como “La empresa está para ganar dinero”. Se decía tan rotundamente que no cabía más interpretación que la simplicidad de la definición. En los años 80 y 90 apareció otra rotunda definición, “G