Cuando cerramos 2019, un buen ejercicio en líneas generales, con una ejecución satisfactoria de las inversiones previstas en el territorio y con los embalses que abastecen Bizkaia rozando el 80% de su capacidad –dato que siempre interesa a la ciudadanía, con la amenaza del cambio climático llamando a nuestra puerta–, nada, salvo ecos de la lejana China podían hacernos presagiar el torbellino que estaba a punto de engullirnos en forma de pandemia. Y de pronto, el Covid-19 cambia nuestras vidas, nuestra forma de relacionarnos, de vivir, de trabajar, y pone el foco todavía con mayor intensidad, por si acaso alguien tenía dudas de su carácter e
Llevo tres años al frente de la Agencia Vasca de la Innovación, Innobasque, y desde el primer día sé que una de nuestras misiones es ayudar a las empresas a introducirse en el itinerario de la innovación porque sin ella los ciudadanos no tendremos un buen futuro. Parece un mensaje sencillo; el mercado exige innovación y quien no se la ofrezca acabará siendo expulsado de él. Unas veces nos pedirá nuevos productos o mejoras en los que ya ofrecemos. Otras, tecnología que nos haga más sostenibles, modelos de negocio que incrementen la eficiencia de nuestros procesos o renovadas estrategias de marketing que eleven las ventas. Y algunas veces, al
