Para todas las personas que somos conscientes de que los recursos son finitos, la sostenibilidad es una prioridad global (o debería serlo al menos). En un escenario tan incierto como el actual, con pactos y objetivos voluntariosos, pero con poco desarrollo concreto, el paradigma de la sostenibilidad se transforma como herramienta clave hacia la autosuficiencia en el uso de recursos; y el sector del agua no es ajeno a ello. La gestión del agua es intensiva en energía, desde su captación, tratamiento y distribución, hasta su recogida y depuración para su devolución al medio. A nivel estatal se calcula que es responsable del 5% del consumo
2024 ha sido el año más cálido jamás registrado, superando en 1,55°C los niveles preindustriales, según la Organización Meteorológica Mundial. Los fenómenos meteorológicos extremos se multiplican y el nivel del mar sube a un ritmo alarmante, evidenciando que la descarbonización ya no es una opción, sino una urgencia global. Ante esta realidad, muchas entidades públicas y privadas están acelerando sus estrategias para disminuir las emisiones de carbono. Dichas organizaciones buscan, a través de la transición energética, impulsar una economía baja en emisiones que nos permita alcanzar la neutralidad climática. Ante las exigencias europeas e