Un puñado de buenas noticias económicas, jalonando el final del año, ha provocado una avalancha de declaraciones triunfalistas –cuando no ‘políticamente’ interesadas– anunciando que, de forma esotérica, con 2013 “acaba lo peor” y que 2014 nos llega cargado de esperanza. En una reciente comida navideña, un grupo de amigos me pedían, más que preguntarme, que les dijera que la crisis había terminado; obviamente, mi respuesta les decepcionó. Puede que el ciclo esté virando, pero lo que no podemos olvidar es que la gestión política de la crisis (al menos, en Europa) ha sido de carácter procíclico; es decir, destinada a profundizarla a través de
Los estudios e indicadores de confianza continúan insistiendo en la mejora de la situación y de las expectativas. Se ha convertido en el mensaje ‘oficial’ de este comienzo de ejercicio. Pero no hay que lanzar las campanas al vuelo, al menos no aún. Se impone la prudencia porque todos estos análisis y prospecciones tienen una coletilla: hay riesgos que los podrían poner en cuestión. La retirada de los estímulos monetarios, el fin de la baja inflación o las necesidades de capital para atender al elevado endeudamiento de los países más castigados por la crisis son escenarios que pueden desvirtuar esta incipiente salida de la recesión. Además,