El País Vasco tiene en su tradición emprendedora una de sus grandes fortalezas. Contar con empresarias y empresarios dinámicos y comprometidos con su entorno y que han desempeñado una posición de liderazgo en muchos momentos de nuestra historia, es un activo reconocido internacionalmente. Miles de personas anónimas que se dedican a sacar adelante sus negocios, crear riqueza y empleo y hacer de Euskadi un lugar mejor. Por eso, premios como el Joxe Mari Korta nos ayudan a reconocer, valorar y destacar a estas personas.
Juan Luis Cañas, Ana Beobide, Julián Lazkano, Tomás Letamendia y Virginia Oregui personifican este año estos valores empresariales: la humildad, el trabajo, el compromiso con la sociedad, la asunción de riesgos, el emprendimiento, el trabajo en equipo, la innovación... Son personas que en un momento dado decidieron asumir una responsabilidad para la que, en principio, no estaban predestinadas, al menos, muchas de ellas.
Estamos acostumbrados a que las empresas solo sean noticia por alguna cuestión negativa. Cuando hay una inversión, cuando abren una nueva planta, cuando contratan a más personas, cuando protagonizan un desarrollo innovador tienen difícil hacerse un hueco en la medios y llegar a la sociedad. Lo habitual suele ser que solo las grandes, por su dimensión, tengan una presencia social continuada. Pero lo cierto es que nuestro tejido empresarial está compuesto mayoritariamente por pymes, cuando no por micropymes.
Eso, que es una dificultad según muchas teorías, también es un importante activo. Esas compañías son muy cercanas a las realidades sociales donde desarrollan su actividad; son sensibles a la sostenibilidad de su entorno, en su más amplia acepción; son muy ágiles. Por todo ello, que haya un premio anual, con el nombre de un empresario que personificaba muchas de estas cualidades, y que fue asesinado por no ceder al chantaje, es un preciado reconocimiento a todas esas personas que, día a día, hacen empresa.