“Política monetaria y crecimiento”

Joseba Madariaga, director de Estudios de Laboral Kutxa

Joseba Madariaga, director de Estudios de Laboral Kutxa Foto: Laboral Kutxa

Tras el inicio de la guerra entre Ucrania y Rusia, los bancos centrales (la FED y el BCE) cambiaron la orientación de la política monetaria con subidas de tipos que en el caso de la Eurozona comenzaron en julio de 2022, tras más de seis años con el tipo de intervención al 0%. Actualmente, tras la reciente subida del mes de septiembre, el tipo mencionado se encuentra en el 4,5%.
La intención de las subidas de tipos no es otra que enfriar la economía actuando sobre la demanda agregada, reduciéndola, para de esa manera buscar cierta holgura en el mercado laboral de modo que se rompa la posibilidad de la temida espiral salarios-precios y, obviamente, éstos acaben cediendo. Y, tras más de un año en el que se han producido diez subidas de tipos, la pregunta es: ¿se ha conseguido el objetivo? La respuesta obvia, si miramos la tasa a la que crecen los precios, es que no, ya que la tasa anual se situó en el 5,3% el mes de julio y la del subyacente en el 6,6% en la Eurozona. 
El proceso de toma de decisiones del BCE se basa en las proyecciones trimestrales que el personal de la institución realiza y en una aproximación a tres niveles que la propia Christine Lagarde ha ido trasladando: evolución de las expectativas de inflación, comportamiento de la inflación subyacente y transmisión de las decisiones de política monetaria. Pues bien, las últimas previsiones de septiembre de 2023, comparadas con las del mes de junio, muestran un sensible avance en lo que respecta a la transmisión de las subidas de tipos a la economía europea ya que las expectativas de crecimiento se han visto claramente mermadas con respecto a las previsiones del mes de junio. Concretamente, la caída se produce los tres años que constituyen el horizonte de previsión: en 2023 pasa de una tasa esperada de crecimiento del PIB de 0,9% al 0,7%, del 1,5% al 1% para 2024 y del 1,6% al 1,5% en 2025. Ciertamente, las tasas trimestrales de crecimiento del PIB en la eurozona los dos primeros trimestres de este año han sido muy débiles: 0,1% en ambos periodos. Además, datos como la producción industrial apuntan una clara debilidad. En lo que va de año hasta el mes de julio la caída con respecto a 2022 es del 0,7%, pero teniendo en cuenta los últimos tres meses de información desde mayo a julio la caída es del 1,9% con respecto a los mismos meses de 2022. Y si analizamos encuestas como el Índice de Gestores de Compras (PMI), los valores se encuentran en zona de contracción, es decir, en valores coherentes con una caída del PIB este tercer trimestre. En definitiva, parece que el enfriamiento de la economía de la zona euro es un hecho. En lo que respecta a los otros dos elementos -evolución de la inflación y del subyacente-, no se aprecian cambios significativos con respecto a las previsiones del mes de junio. 
Llegados a este punto, Christine Lagarde apuntó que los tipos permanecerían en este nivel durante un periodo largo, eso sí, sin descartar subidas adicionales condicionadas a la evolución de los datos. Esto se traduce en expectativas de mantenimiento de los tipos en los niveles actuales hasta el tercer trimestre de 2024 y posteriormente podría comenzar la senda de descenso de estos.
En definitiva, la conclusión es que el consenso de mercado entiende que el BCE va a conseguir un aterrizaje suave en su intento de gestionar la inflación llevándola al entorno del 2%. Es posible que ello requiera pasar por una recesión, pero esta sería de carácter técnico y no implicaría un deterioro importante del mercado laboral. Sin embargo, en mi opinión creo que es importante ser prudentes. El episodio inflacionario que estamos viviendo es fruto de los ‘shocks’ de oferta y demanda que ha sufrido la economía de la zona euro desde 2020 tras estallar la pandemia. Un periodo lleno de vicisitudes que, teniendo en cuenta los retardos asociados a las variables, complica sobremanera el análisis e invita a la cautela.

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