Estamos en una época en la que la crisis nos ha obligado a repensar muchos temas. Algunos, era necesario que evolucionaran y se adaptaran a los tiempos; otros, han sido empujados por la necesidad. El sentido común y la prudencia se han impuesto y se han retomado valores que se habían abandonado, parecían pasados de moda. Las empresas, las finanzas, la gestión, el capitalismo, las cooperativas, las organizaciones patronales, las sindicales... se han visto sacudidas por este torbellino. Y las relaciones laborales, también. Tener que reflexionar sobre cómo se estaban haciendo las cosas no es perjudicial, todo lo contrario. Lo malo es establecer derechos de veto o pensar que tu estrategia no se puede ver modificada por la realidad. Este es el nuevo campo de juego. Un espacio que hace dos años delimitó la reforma laboral, que quizás se hizo de una forma apresurada, pero es el marco legal en que nos movemos actualmente. Si todos estamos de acuerdo en que el bien superior a garantizar es el futuro competitivo de las empresas y del empleo, el acuerdo debe ser posible. Se le podrá llamar flexiseguridad, nuevo modelo o lo que sea. Pero los contenidos son los mismos. Y nadie está planteando una desregulación, unas relaciones laborales basadas en la ausencia de convenios colectivos. Seguramente en el debe de algunos empresarios y gestores esté el no haber funcionado siguiendo valores como la confianza, el compromiso y la transparencia. Pero ha llegado el momento de creerse estas palabras y actuar en consecuencia.