Isabel Busto, presidenta de Confebask
2022 ha cerrado con un crecimiento conjunto mayor de lo esperado, si bien con una clara tendencia a la desaceleración, tanto en actividad como en empleo. Nos enfrentamos a un escenario de baja rentabilidad y altos costes por un entorno de crisis energética e incremento de los precios tanto para las familias como para las empresas, que nos abocan a una fuerte reducción de los márgenes empresariales.
A pesar de todo, es cierto que la economía vasca ha registrado en 2022 un incremento del PIB del 4’3%, en la línea de lo estimado por Confebask (4’2%), aunque en la franja baja de la horquilla prevista. El conjunto de analistas ya atisbábamos un 2022 exigente en función de variables que asomaban entonces por el horizonte, y a las que se añadió el inicio de una guerra con la que nadie contaba.
De hecho, la cifra final de crecimiento en Euskadi también está lejos de la previsión que el Gobierno Vasco hizo a principios del año 2022, un 6’7%, 2’4 puntos por encima de lo que ha sido finalmente. El empleo ha aguantado en el conjunto del año, y las empresas han conseguido crear nuevos puestos de trabajo.
Asimismo, en el balance conjunto del año, el consumo privado y la inversión han subido, pero han acusado el efecto de la inflación y el bajo ritmo de llegada de los fondos europeos, otro de los factores que, seguramente, también explica buena parte de ese menor crecimiento del esperado. En cuanto a las exportaciones de nuestras empresas es cierto que en 2022 se han situado ya en los niveles prepandemia, si bien el superávit comercial se reduce por la elevada factura energética.
En consecuencia, de momento al menos, esquivamos la recesión y, a pesar de todas las circunstancias ‘exógenas’ a la economía vasca, las empresas resistimos. Pero no podemos obviar que los retos que tenemos por delante son de enorme calado.
La guerra en Ucrania y las derivadas energéticas, inflacionarias y de equilibrio geoestratégico, van a marcar el desempeño de nuestras empresas y de nuestra economía, con un claro impacto, según cómo evolucionen, en el bienestar de nuestra sociedad en términos de empleo y de una mayor o menor recaudación fiscal con la que financiar ese bienestar.
No podemos olvidar además que, una vez superado ya el 2022, este 2023 va a seguir planteando importantes retos económicos y empresariales. Y entre ellos, desde luego, uno doméstico: el del grave desafío demográfico, algo de lo que llevamos alertando desde hace tiempo y de lo que, sin embargo, no parecemos ser del todo conscientes como sociedad.
Euskadi es hoy, el segundo territorio de la Unión Europea con más población mayor de 65 años, sólo por detrás de Italia. Y en los últimos años experimentamos una progresiva reducción de población en edad laboral. Las empresas vascas llevamos tiempo alertando de que nos faltan profesionales adecuados, algo que se agravará en breve con lo que hemos denominado como ‘gran jubilación’.
Volvemos a repetirlo. Necesitamos una estrategia de país, diseñada entre todos, instituciones, empresas, universidades y sistema educativo en general, basada en dos ejes prioritarios. Por un lado, acciones para fomentar la natalidad y la conciliación familiar y laboral. Y, por otro, una política específica de ‘inmigración para el empleo’ que, sin olvidarse de la solidaridad, tenga en cuenta que también necesitamos de su ‘talento’. Atraer, mantener y aportar al bien común.
Concluyo. 2022 ha sido un año lleno de desafíos. 2023 será, por lo menos, igual de intenso. Esperemos que las cosas no empeoren y que, al contrario de lo que resultó el anterior, transcurra de menos a más. Y en eso, nuestra respuesta ante lo que antes definía como ‘desafíos domésticos’ también será clave.