Si algo dejó claro la pandemia fue la aceleración de las grandes transiciones, especialmente, la digital y la medioambiental. Pero no debemos olvidarnos de una transición que está en la base de todas las demás: la demográfica. En general, en los países europeos avanzados contamos con una baja tasa de natalidad y un envejecimiento de la población por el aumento de la esperanza de vida, lo que supone un descenso del número de habitantes y la desestructuración de la pirámide poblacional. De esta realidad dependen muchos de los retos clave de la actualidad y de los próximos años: la necesidad de personas en el sistema productivo (que en este momento ya depende de los movimientos migratorios), la batalla por el talento, el aumento de la esperanza de vida, la cronicidad, la sostenibilidad de las pensiones... Jornadas de divulgación y herramientas como las lanzadas por el Gobierno vasco sobre la gestión de la edad en las organizaciones ayudan a hacer frente a estos desafíos. En Euskadi, empresas, sindicatos, instituciones y organismos sociales son cada vez más conscientes de la necesidad de abordar esta transición de una manera global e intensificar su trabajo en la formación y educación de los jóvenes, en el fomento de la empleabilidad de las mujeres, en favorecer un mayor equilibrio entre vida profesional y familiar, y en luchar contra la exclusión social y digital de las personas de edad avanzada. Una transición y un reto con mayúsculas.
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