El movimiento cooperativo vasco ha demostrado, a lo largo de los años, su capacidad de adaptación y flexibilidad. Unas características que se han hecho más evidentes durante la pandemia. En un año complicado para todos, las cooperativas han sabido ofrecer una respuesta empresarial, sin olvidar la dimensión social. La cultura de la gestión participativa, solidaria y resiliente, y las ayudas intercooperativas, han facilitado que este tipo de empresas hayan realizado esta travesía con buenas naves. Los datos del pasado año avalan la validez de esta fórmula que, además, tradicionalmente sirve de ‘refugio’ cuando la situación económica es complicada. Pero no hay que olvidar que uno de los principios de la experiencia cooperativa es la voluntad de transformación social. Una orientación a la transformación, la reconstrucción económica y social global que entronca actualmente con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030. Por todo ello, es un activo para Euskadi contar con una economía social potente, como así se reconoce desde numerosos ámbitos. Y no es de extrañar que sea un movimiento que se reivindique ahora como agente de la recuperación, por ser un modelo de eficiencia empresarial y resistencia económica y social. Las cooperativas han sido claves para entender la evolución y dinamismo de la economía vasca y lo quieren seguir siendo en la era poscovid.