Cuando las cosas no salen como queremos o hay que enfrentarse a un problema complicado tenemos la sensación de que el tiempo pasa más despacio. La pandemia causada por el covid ha cumplido ya un año, pero parecen muchos más. En estos meses nos hemos acostumbrado a las mascarillas y a los geles, a la distancia social y a los programas de videoconferencia, a la limitación de movimientos y al toque de queda. Pero no nos acostumbramos a la muerte de miles de personas -muchas, en soledad-, a la incertidumbre y al miedo. Y, en el ámbito económico, estamos transitando aún por la mayor crisis conocida en tiempos no bélicos. Un golpe súbito, intenso, profundo, global y muy complicado de gestionar por lo desconocido que es. Que está dejando por el camino un triste legado: una caída del PIB del 9,5%, unas 130.000 personas en el paro, otras 40.000 en ERTE y 1.400 empresas menos que hace un año, a pesar de las medidas establecidas para paliar sus efectos. Un ‘shock’ que tendrá efectos estructurales. Ya estamos viendo la importancia de la digitalización, de las cadenas cortas de valor o de las producciones estratégicas. Pero ha sido, también, un año en el que la zozobra y el temor se han transformado en adaptación y flexibilidad para continuar adelante. Y es de esperar que, cuando las vacunas vayan haciendo efecto y se retiren las medidas de contención, la actividad se recupere con celeridad. Aún toca resistir y persistir.