Lo que se venía anunciando se ha cumplido finalmente. Las previsiones económicas que servicios de estudio, entidades e instituciones habían realizado para este año se han tenido que revisar a la baja. Las sucesivas olas del covid y que la vacunación no haya supuesto vencer definitivamente al virus; los problemas logísticos globales; la falta de suministros clave y el incremento de los precios de algunas materias primas, y la consiguiente elevación de la inflación, han alterado la confianza empresarial. Ello evidencia una ralentización del crecimiento. Y esto es importante, porque no se detiene la recuperación, pero sí se relaja la intensidad de la misma, pero la famosa V no está siendo tan vigorosa y se traslada el empuje al próximo año. El consenso habla de que terminaremos 2021 con un crecimiento del PIB en el entorno del 5,5%, aproximadamente un punto menos de las estimaciones iniciales. Eso sí, para 2022 se mantiene el optimismo. También hay coincidencia en que los problemas logísticos y de suministro serán coyunturales, al estar relacionados con la reactivación vigorosa vivida tras los grandes confinamientos del principio de la pandemia. La preocupación está en el tema de los precios. La energía seguirá en niveles tan altos como los actuales durante varios meses aún y las tensiones inflacionistas pueden obligar a subir tipos, como se empieza a contemplar ya en EE.UU. Algo preocupante.