Hasta no hace mucho tiempo, en Euskadi ser empresario estaba no mal visto, sino muy mal visto e incluso era peligroso. Hubo un tiempo en que se quebró la tradición vasca, la iniciativa empresarial de esas personas que no tenían horas para sacar adelante su negocio y que lo mismo hacían labores comerciales o administrativas, que productivas, pero que gran parte de la sociedad veía como depredadores sin escrúpulos. Ahora, en cambio, siete de cada diez personas consideran positiva o muy positiva la aportación del empresariado vasco a la sociedad. ¿Qué ha sucedido para que se haya nproducido esta transformación? ¿En qué ha cambiado la sociedad o los empresarios para que se haya modificado su valoración social? ¿Es lo mismo querer ser empresario que considerarse emprendedor? Hay aún muchas preguntas y pocas respuestas claras que nos ayuden a comprender este cambio. Pero es un buen punto de partida dejar de ver las relaciones laborales, la vida empresarial, como una lucha de poderes y más como una comunidad de intereses en la que todos ganan. La vía iniciada en Gipuzkoa con la ‘nueva cultura de empresa’ es el camino correcto. Hay que entender que, además de tener una idea, ser empresario quiere decir que se arriesga capital, se aporta trabajo y dedicación, se crea empleo y se espera obtener beneficios para poderlos repartir entre todos los estamentos.