Además de para descansar, el verano es un buen momento para reflexionar con cierta tranquilidad y establecer estrategias de cara a fin de año. Algo de eso puede haber hecho el presidente del BCE, que con solo mentar, una vez más, la posibilidad de poner sobre la mesa medidas de estímulo fiscal, ha relajado tensiones y ha conseguido que agosto termine tranquilo. No parece que sea la receta que Draghi prefiera, pero los acontecimientos le obligan. La verdad es que la economía europea tiene que hacer frente a una disyuntiva compleja: reducir deuda y al mismo tiempo crecer. Ello en un entorno de precios a la baja (¿seguro que no hay peligro de deflación?) y de atonía en los motores económicos del continente, que, no lo olvidemos, son nuestros principales clientes: Alemania y Francia. Han pasado seis años desde la quiebra de Lehman Brothers y todavía continuamos discutiendo sobre cuál es el mejor camino para superar la crisis. Y ahora podría ser que lo que no consiguió la recesión, ni la crisis de las primas de riesgo, lo podría lograr el parón del PIB germano y galo. Si el BCE inicia acciones dirigidas a mejorar el flujo de crédito en la zona sería una inyección de ‘aire fresco’ a la economía y la base sobre la que empezar a construir una recuperación algo más sólida. Aunque no hay que descartar otros condicionantes (países emergentes, conflictos internacionales, etc.) para constatar aún la dificultad del entorno económico que nos rodea. Aún así, siempre es mejor regresar de las vacaciones con un soplo de optimismo con el que encarar la última parte del año.