La pandemia del coronavirus está protagonizando todo este ejercicio que, cuando se vea con una cierta perspectiva, será de esos años que se recordarán como ‘hito histórico’. Si en enero la veíamos como algo lejano, como una de esas enfermedades que siempre suceden en otros lugares, en febrero, nos empezamos a preocupar porque se acercaba y no sabíamos aún su afectación. Posteriormente, en marzo, tras el ‘shock’ inicial, iniciamos una fase de toma de conciencia, de baño de realidad, de lucha y de parón económico. Y ahora nos vamos acercando a una nueva etapa, la de la vuelta a normalidad. Pero a una normalidad diferente a la que dejamos atrás a mediados de marzo. Ya no serán posibles gestos y actitudes antes habituales, de cercanía social o de modelos económicos. La nueva normalidad va a tener características que nos obligarán a aprender a comportarnos, a relacionarnos, a trabajar y a comerciar de otra manera, porque el virus, o su amenaza, seguirá entre nosotros. Pero, como en otras ocasiones, saldremos adelante. Y en ese futuro, las empresas continuarán siendo los principales agentes creadores de empleo, de riqueza y de bienestar social. Es momento de la responsabilidad, individual y colectiva, de la colaboración, de la innovación, de la industria, del trabajo bien hecho, de la eficiencia, de la austeridad, del emprendimiento, de la inversión, del talento... Porque estos intangibles son la mejor medicina.