Al hilo de lo que está sucediendo con la venta de ITP Aero a Bain Capital por parte de Rolls-Royce se vuelve a hablar y reflexionar sobre el arraigo de las empresas. En los últimos tiempos tenemos unos cuantos ejemplos en Euskadi de compañías de referencia, con una importante aportación de esfuerzo y recursos de empresarios, con el apoyo de las administraciones, para desarrollarlas y hacerlas competitivas que, finalmente, han pasado a manos de grupos que tienen sus estrategias e intereses en otros lugares. Las razones pueden ser múltiples, desde “es el mercado, amigo”, a dificultades, falta de crecimiento o dimensión, salida de inversores locales... El arraigo es un concepto que, como filosofía, está muy bien, pero que cuando se baja a condiciones concretas es algo más complicado de materializar. Por ejemplo, la aeronáutica mundial gira en torno a dos grandes grupos constructores que mueven al resto de la industria. Una liga con grandes equipos, donde las magnitudes son de cientos o miles de millones de euros. Además, ocurre que los inversores tradicionales, bancos industriales y cajas, han tenido que deshacerse de esas participaciones por las regulaciones, dejando hueco a fondos extranjeros y locales. Por ello, marcar condiciones es complicado, aunque es lógico demandar garantías de desarrollo industrial del proyecto y de sede para consolidar compañías que juegan en ligas globales.