Es un hecho que las instituciones europeas, en su conjunto, han aparecido ante muchos ciudadanos como un territorio lejano, con procedimientos difíciles de comprender y con una relevancia difícil de precisar en su vida diaria.

Creo que esa percepción está cambiando, pero falta un trecho todavía por recorrer para que tal imagen se acomode a la realidad. Porque la realidad es que la mayoría de las normas que aplican son normas europeas, que en un periodo caracterizado por la sucesión de crisis, -financiera, sanitaria, energética, de seguridad-, la Unión Europea ha sido determinante para garantizar nuestra salud (vacunas Covid 19), nuestra seguridad (invasión rusa de Ucrania), para promover la recuperación económica tras el colapso producido por la pandemia (Fondos Next Generation) y para responder a los efectos del estrangulamiento de las cadenas de suministro y los conflictos bélicos en Ucrania y Oriente Medio plasmados en inflación, restricciones en la provisión de energía y materias primas. Cuando avistamos unas nuevas elecciones europeas que determinarán la composición del Parlamento, hay que recordar que el Parlamento es colegislador y que su posición en el entramado europeo es determinante.

¿Y todo eso en qué afecta al País Vasco? Me parece evidente que sólo en la dimensión europea, el País Vasco, que es una comunidad referencial en España, puede afrontar con expectativas de éxito los desafíos que tenemos planteados. Pensemos en la doble transición, medioambiental y digital, en las que estamos inmersos y que para la economía vasca tiene una importancia estratégica; en la sostenibilidad de nuestros modelos de bienestar que tienen tanto que ver con la capacidad de impulsar el crecimiento sostenido. Pensemos en los objetivos de reindustrialización y de creación de entornos favorables a la inversión, la innovación y el emprendimiento que deben volver a ser marcas distintivas de la economía vasca. Pensemos en la preocupante evolución demográfica, del País Vasco, que requiere como una de las respuestas un tratamiento adecuado de la inmigración y la captación de talento. Y pensemos también en nuestro sector primario, agrícola y pesquero, que tenemos que asegurar en medio de las transformaciones que le afectan.

En Europa es esencial combinar dos verbos: cooperar y competir. Trabajaremos por transiciones justas, por la creación de un entorno propicio a la inversión y al desarrollo empresarial, nos opondremos a una fiscalidad que ahogue los incentivos y dañe la competitividad, abogamos por una reducción sistemática de cargas burocráticas, seguiremos favoreciendo la inmigración legal y ordenada y orientada a fortalecer el mercado laboral y, como estamos haciendo ya, continuaremos promoviendo el dialogo con el sector primario, injustamente denigrado por la reforma de la Política Agrícola Común que el PP no apoyó ni apoya.

Una agenda para la que volveremos a pedir la confianza de los ciudadanos, con los pies en Euskadi, con la vista en el gran proyecto europeo.