La experiencia enseña que la mejor manera de proteger la privacidad pasa por tratar como íntimos aquellos aspectos de nuestra vida que de verdad valoramos como tales: mantenerlos en un ámbito de rígido control personal y restringir su acceso a terceros, en la medida en la que no queremos que lo tengan, es sin duda la mejor garantía de que esa parcela vital que apreciamos como estrictamente propia no será desvelada. Esta idea, que responde al elemental sentido común, es hoy extrapolable en términos jurídicos al terreno de los denominados secretos empresariales, de cualquier clase e importancia, sean tecnológicos, científicos, industriales,