Son las líneas que nunca hubiera querido escribir, pero el “tránsito” de José Ignacio me obligan a ello. Son unas líneas, fundamentalmente, para quienes no le conocieron; a los que sí lo hicieron, les pido disculpas por las muchas carencias. José Ignacio Arrieta Heras fue, ante todo, una gran y buena persona. Allí por donde pasó, dejó huella y dejó amigos. No se si sus profundas convicciones, su férrea fe cristiana y su amplio humanismo fueron los pilares en los que cimentó su bondad. Sí, porque José Ignacio fue un hombre bueno. Y yo creo que lo era porque tenía la sensibilidad a flor de piel. Era benevolente porque creía en las personas,
Andrés Margallo
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