No es fácil condensar en unos pocos días ejemplos de los mimbres que están detrás de la realidad económica vasca. Expertos de diferentes ámbitos han analizado el llamado ‘caso vasco’ y han identificado algunos componentes. Y en estas dos semanas se han manifestado varios de ellos, que son fundamentales. Por un lado, está la cultura de la innovación y el fomento de la I+D+i. Más de 1.500 pymes han participado en actividades innovadoras, según se constató en la reciente asamblea de Innobasque. Encuentro que dejó otro dato importante: la inversión en I+D superará este año por primera vez los 2.000 millones de euros. La innovación se ha inoculado ya en el ADN de las empresas vascas.

Por otro lado, Euskadi ha sabido insistir en la estrategia de continuar siendo un país industrial, y se acaba de mostrar en la mejor Bienal de la Máquina-Herramienta de su historia. Un escaparate de los últimos avances en fabricación avanzada. Cuando algunos países y responsables políticos apostaron por las finanzas y los servicios, aquí hubo una clara determinación por seguir produciendo. Por situar a la fábrica, muy digital y tecnológica, en el centro del modelo. Un ámbito estratégico en nuestra economía, que se retroalimenta, a su vez, con la innovación, con la tecnología y con una formación de excelencia.

Y las personas como eje de todo el modelo, porque la competitividad, la productividad o la tecnología no se consiguen solo con inversiones físicas, sino con mujeres y hombres formados y comprometidos, como quedó demostrado en las asambleas de las patronales vascas.

Unas acertadas decisiones que hay que reconocer, ahora que termina un ciclo institucional, a los diferentes responsables de estas áreas en esta última década, que impulsaron políticas públicas de apoyo a la industria, la tecnología, la innovación y el talento. Y que han sabido hacer de la colaboración público-privada otra de nuestras características, y que tan buenos resultados está dando.