El horizonte sombrío de los últimos años va dejando ver algunas intuiciones que, ojalá más pronto que tarde, terminarán por arraigar en nuestro tejido socioeconómico. De un lado, se consolida en la mente de gestores públicos y privados la idea de que la mejor barrera de defensa y palanca de sostenibilidad futura para las economías avanzadas es una industria fuerte, arraigada, conectada con las capacidades de su territorio y con capacidad de competencia global. Una industria que evoluciona del “producto” al sistema “producto y servicio”, y que genera así capacidad de generar riqueza y empleo. A pesar de que todas las economías han sufrido m
Las organizaciones, como las personas, vamos peinando canas, y tendemos a mirar hacia el pasado con una mezcla de nostalgia y resignación. Es una trampa de nuestra percepción, que además, funciona de maravilla cuando las previsiones del futuro no son halagüeñas, precisamente. ¿Cómo resistirse a la tentación de pensar que “cualquier tiempo pasado fue mejor”? Una receta contra esta resignación es pensar en el futuro en términos de creación de nuevo valor. En los próximos años, las empresas de tecnología vamos a ser protagonistas directas de una de las mayores transformaciones de nuestra Historia. Y sí, escribo Historia con mayúsculas, porque