Hace ahora aproximadamente un año, cuando ya la presencia de la pandemia era evidente, escribí en estas mismas páginas un artículo cuyo título tomé de Kant: ‘¡Obedeced, pero pensad!’. En él ya adelantaba mis dudas sobre las formas en que se estaba abordando la situación. Y finalizaba con un deseo: “… ¡¡¡y volveremos a abrazarnos!!!”. Pues bien, ha transcurrido un año y, obedientes como hemos sido, el mandato ‘¡pensad!’ se hace cada vez más imperioso. En efecto, como ya entonces podíamos temer, el grueso de medidas sociosanitarias se ha basado en la restricción de derechos fundamentales, como la movilidad, la reunión, y otros, a través de e
Lo inesperado y brutal de la pandemia ha llevado a gobiernos e instituciones a adoptar toda una serie de medidas, aparentemente dictadas por los expertos sanitarios, pero ejecutadas por estados y gobiernos, en tiempos muy cortos, y, generalmente, con carácter drástico. Aun con diferencias en su configuración y tipo de ejecución (diferencias muy acusadas entre países y zonas), todas contienen, más allá de su sustrato ‘científico’, una fuerte carga política, no ajena a las tradiciones sociopolíticas de cada sociedad. De forma muy generalizada, el reto planteado por la pandemia ha sido contestado con declaraciones de guerra –contra el virus…-,